Una mañana en que nos movíamos en familia cerca del Hospital Italiano, Marisa, Florencia e Ignacio fueron a un kiosco a comprar una Coca Cola. Ignacio iba en su coche, poniendo la mejor cara de bebé que aún tiene.
Cuando nos reunimos nuevamente en el hospital, encontramos que Nacho había sustraido del negocio un tremendo alfajor triple de chocolate, obviamente sin pagar por él.
Al llegar al departamento más tarde, Flor atacó el alfajor, pero se distrajo mirando Discovery Kids. Entonces Nacho encontró su botín, y procedió a disfrutarlo como corresponde, siendo además la primera vez en su corta vida en la que probó chocolate.
Finalmente, la prueba del delito fue digerida, aunque quedaron algunos rastros en el rostro del ladrón.
Cuando yo iba al jardín, mi abuela paterna estaba encargada de ir a buscarme un par de días a la semana, y tenerme con ella hasta que mis padres terminaran de trabajar. Era habitual que se olvide de pasar a retirarme, por lo que me quedaba mucho tiempo en la Dirección hasta que le avisaban y llegaba por mi. El plan habitual era entonces ir hasta la calle céntrica, robar chocolates en Bonafide, e ir a su departamento a comerlos, tomar vino tinto y jugar a las cartas.
Por el
modus operandi utilizado, nadie sospechaba de una agradable viejita con su nieto pequeño. Hacíamos una pareja formidable para tal ilícito. Lamentablemente, perdí a esa abuela cuando yo era muy chico. Seguramente hubiésemos llegado lejos.
Parece que en la nueva generación algunas cosas se repiten, aunque debo admitir que en esta ocasión no fue premeditado y fue todo obra de Ignacio. Seguramente, por la herencia transmitida en sus genes, este robo fue la primera huella de algo que llevará durante toda su vida...
... la pasión por el
chocolate.